Hermann Broch: En la mitad de la vida. Poesía Completa

HERMANN BROCH: UN ESPÍRITU ROMÁNTICO EN TIEMPOS DEL HOLOCAUSTO

Hermann Broch, En la mitad de la vida. Poesía Completa
Prólogo de Clara Janés. Traducción y epílogo de Montserrat Armas y Rafael-José Díaz. Editorial Igitur. Barcelona, 2007. 135 págs.

Anna Rossell

Cumple felicitar a la editorial Igitur por la apuesta filológica, filosófica y humanística que supone la publicación de la poesía completa de uno de los autores en lengua alemana del siglo XX que forman parte del canon literario occidental. El hecho de que estemos ante la primera traducción, a cualquier lengua, de los poemas que Hermann Broch (Viena 1886- New Haven –Connecticut-, 1951) escribió a lo largo de su vida –entre 1913 y 1949- infunde respeto y llama al propio tiempo la atención. Que el autor nunca concibiera estas composiciones como un conjunto destinado a formar una antología probablemente pueda servir de alguna explicación -los poemas fueron viendo la luz de manera esporádica en revistas de la época y sólo se publicaron después de la muerte de Broch en forma de libro dentro de su obra completa-. Sean cuales fueran las razones, lo cierto es que se trata de una verdadera primicia.
Quien aún no conozca a Hermann Broch y espere encontrar en este poemario una introducción al autor y a su obra probablemente sufra una decepción. La visión que ganamos de Broch a través de estos textos poéticos es en realidad parcial y puede llevar a engaño, pues lo esencial, que sí contienen, no da idea cabal de lo polifacético del autor. Si algo caracteriza la obra de Broch es su naturaleza críptica, la densidad y la dificultad, por lo que tiene de cifrada. Pero justamente por ello se hace más difícil de comprender y evaluar, si no es en su conjunto, la obra y el hombre. Por ello los estudiosos de Broch, que ya se hayan adentrado antes en las oscuras cifras de su literatura y conozcan las claves esenciales de su pensamiento encontrarán en este poemario un complemento enriquecedor. Nada define mejor a este autor judío vienés, matemático, psicólogo y filósofo de formación, que la idea de la totalidad y, en rigor, también ésta debe ser el criterio que se aplique al conocimiento de su obra. Él, que, heredero del más puro espíritu del primer romanticismo alemán -el de Friedrich Schlegel y Novalis-, creía que sólo el arte capaz de reproducir la totalidad del mundo es verdadero arte, convencido como los románticos de la capacidad del mito para condensar y representar esta totalidad y admirado precisamente por eso nada menos que por Hannah Arendt, ilustre pensadora de totalitarismos, apostó con su obra por lograr este objetivo. Ésta es la razón de que sus textos escapen a una definición genérica tradicional; lo que llamamos sus novelas, son en realidad un compendio de prosa poética, poesía, ensayo y filosofía; lo que llamamos sus ensayos, un ejercicio de profundo calado filosófico al tiempo que periodístico y sus poemas, composiciones metafísico-literarias, pura filosofía poética. Broch bebió directamente de la teoría de Schlegel que declara el arte como la forma más absoluta de la manifestación de lo espiritual, que identifica la tendencia a la metafísica con el impulso de la creación artística y apunta a lo infinito como la meta común que persiguen el arte y la filosofía. Al igual que Schlegel, también Broch reclamaba para su tiempo la recuperación del mito, cuya pérdida lamentaba como signo de la decadencia cultural de su tiempo y su obra refleja el empeño que puso en su recuperación, recogiendo en la práctica literaria el más genuino testigo de Novalis. De modo parecido a lo que evoca la obra del consagrado autor romántico, también la novela más emblemática de Broch, La muerte de Virgilio, que el autor empezó a escribir en el campo de concentración a donde le llevó la persecución nazi, es un conglomerado de prosa y poesía, a caballo entre la realidad y la alucinación, un texto denso y lingüísticamente complejo, de difícil lectura. Con todo, su tendencia a la metafísica no fue nunca una máscara para el escapismo; entre 1937 y 1938 abandonó sus proyectos literarios y trabajó activamente para frenar el auge del nazismo. En sus ensayos y novelas trató el tema del totalitarismo (La muerte de Virgilio), la decadencia de los valores culturales en Alemania (Los sonámbulos; Espíritu y espíritu del tiempo), el ascenso del nazismo y la apatía política (Los inocentes) y el fenómeno de la sicología de masas relacionado con él (Sicología de masas; El hechizo, esta última inconclusa).

Los poemas que nos ocupan son el fiel reflejo de este espíritu que emana de toda su obra. Es mayoritariamente una poesía en la línea de la Naturlyrik, heredera también ella del espíritu romántico, que ya cultivaron incluso antes Goethe y Klopstock. Sus motivos se inspiran en los fenómenos naturales –paisajes, ambientes atmosféricos, el mundo animal y vegetal-, devienen cifras de altísima densidad metafórica. El volumen reúne, ordenados cronológicamente, los cincuenta y tres poemas que Broch escribió por sí mismos, que no forman parte de ninguna de sus obras. Esta ordenación facilita el seguimiento de la evolución del autor desde el punto de vista formal-literario y anímico-intelectual.
Emana de estas composiciones la firme convicción de aquella idea del verdadero arte como expresión de la totalidad del mundo, una fuerte pulsión hacia la unidad de todo con todo, la férrea voluntad de conciliar ciencia y metafísica, una obsesión romántica por la superación de la dualidad y el convencimiento de que la naturaleza es, en sí y por excelencia, la fuente de imágenes con mayor potencial simbólico, casi mítico. Se desprende de muchos de sus títulos: Misterio matemático, Sobre la peña escarpada, Tormenta nocturna, En el rostro ardiente de la Tierra, Paisaje, Prado de verano... O bien los más decididamente filosóficos: Cuatro sonetos sobre el problema metafísico del conocimiento de la realidad, De lo creativo, Ya que volvemos a encontrar el ayer...
Los poemas de Broch transportan una obsesión por superar la limitación del Yo, un ansia de aprehender lo absoluto en lo divino. Así en Maldición de lo relativo (Cuatro sonetos...): ¿Siento asombro? ¿Se asombra mi yo? / ¿De qué frontera vienes tú, / Pensamiento, ¡profundísima casualidad! / Me balanceo en el espacio de la muerte. O en el segundo soneto, Eros triste: De la dualidad de nuestra vida cotidiana ha de surgir / La unidad del todo, los esfuerzos más humanos / Y la espera sosegada en las jerarquías de Dios, / Que en el sentimiento quiere mostrarse presintiendo. La voz poética nos revela una tormentosa tensión entre el Yo y el Todo, su profunda inquietud por encontrarse a sí mismo para inmediatamente diluirse y fundirse en algo así como un magma universal: Y conociendo buscamos un Yo, siempre oculto, / Que sólo tiene el poder de borrar fronteras, [...] // En él la unidad puede desplegarse en el todo / Y una dualidad formar el mundo de Dios... [...] (Niveles del éxtasis). Se observa en el transcurso cronológico de los versos brochianos una especial sensibilidad por el paso del tiempo, la viva conciencia de la cualidad perecedera del ser humano, que infunde temor, en una variada y matizada palestra de registros: Paisaje que jamás encuentro / hasta que una última tarde arda / y la muerte, igual que un niño, / me lleve en su alma (Antes de que yo despertara). O bien: y ese miedo que invade al hombre cuando descubre / que grito y eco [...] / es como algo regalado para siempre que de repente puede / extinguirse, y que él está solo (En la mitad de la vida). Y cada uno de ellos es una ponderada reflexión sobre lo esencial de la naturaleza humana: el amor, la creatividad, la fantasía, la vida. La edición tiene además el acierto, tan recomendable en poesía, de ser bilingüe, lo cual permite al lector no perder de vista el original. Tratándose de poemas tan crípticos como los de Broch no cabe duda de que la traducción representa un esfuerzo de titanes y valientes, y el resultado arroja, no tanto en el fondo como en la forma, un producto algo desigual.

(En: Quimera. Revista de Literatura, 2008)

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