NUEVA RESEÑA DE ANNA ROSSELL en "QUIMERA. REVISTA DE LITERATURA"

  • Portada de "Las penas del joven Werther", de J. W. Goethe

ALEGATO DE LA RAZÓN SENSIBLE

Johann Wolfgang Goethe

Las penas del joven Werther

Traducción de Isabel García Adánez,

Ilustraciones de Rosana Mesa,

Sexto Piso, Madrid, 2015, 155 págs.

por Anna Rossell

Releer Las penas del joven Werther en una buena traducción proporciona un placer estético-intelectual inagotable. Es inherente a los clásicos que su vigencia no conozca fronteras -temporales, geográficas ni de edad-, que la riqueza hermenéutica que encierran sus páginas sea eternamente fecunda. Éste es el caso de la novela corta, epistolar, de Johann Wolfgang Goethe (Frankfurt del Meno, 1749-Weimar, 1832), que utiliza el tema amoroso para ofrecernos una valiosísima lectura que incentiva la reflexión filosófica de calado. Son incontables los temas que aborda, de perenne actualidad: el amor, el suicidio, la culpa, la desigualdad social, el arte, la oposición arte-naturaleza, mundo rural-mundo urbano, vehemencia desatada versus contención racional de las pasiones…

Werther, un joven burgués del que se espera haga carrera en la corte, abandona su pueblo natal para recuperarse de la reciente muerte de una amiga. Las cartas a su amigo Wilhelm, en las que relata de forma espontánea y exaltada cuanto le acontece y siente, forman el grueso de la novela, que concluye con la necesaria intervención de un editor, cuando el protagonista ha puesto fin a su existencia.

La escritura en primera persona, el entusiasta apasionamiento de las cavilaciones de Werther, su franca desenvoltura, que reflejan su pensamiento y el estilo rompedor de su escritura, facilitan la empatía del lector, que se adentra en la historia con fruición.

 

Dividida en “dos libros” -diferenciados en los temas y en el registro-, Werther, atento observador, nos hace partícipes de todas sus percepciones y consideraciones de riquísimos matices. El protagonista, de prodigiosa sensibilidad, está por ello expuesto a las vivencias más intensas: lo más sublime y el tormento más desgarrador. Ambos encuentran respectivamente su expresión en cada una de las partes. Así, en el primero predomina el tono positivo de un Werther altamente inquieto, anhelante de conocimiento, que contagia a la naturaleza así como los cuadros que protagoniza la gente sencilla inmersa en ella con su visión idílico-bucólica (rousseauniana). En este ambiente prende la llama de su pasión por Lotte, una mujer comprometida, pronta al casamiento. En Albert, su futuro esposo, metódico, racional y planificador, el autor construye la antítesis de Werther: ambos sostendrán fructíferas conversaciones con puntos de vista encontrados. En el segundo desaparecen los parajes naturales y predominan los ambientes urbanos, enrarecidos y cerrados, ampulosos y artificiosos. Ambas partes subrayan su contraposición a través de las lecturas a las que Werther se entrega: Homero –sobre todo la Odisea-, en la primera; los poemas de Ossian -supuesto poeta gaélico inventado por James Macpherson-, de paisajes amenazadores y tormentosos, escenario de almas erráticas y desesperadas, en la segunda.

Publicada en 1774, el libro ubica la acción en su tiempo, por lo que ofrecía a sus lectores una realidad contemporánea que planteaba los temas vigentes, así como un lugar para la crítica social. La novela supuso un verdadero revulsivo en su momento, y leída bajo el prisma de la historia de la cultura europea nos ofrece una fuente de conocimiento histórico adicional: la confrontación entre ilustración y romanticismo, anunciada ya en el movimiento Sturm und Drang, en que se encuadra la novela; el nacimiento de la conciencia de clase burguesa, que comienza a protagonizar obras literarias, así como los niños, que son novedosamente objeto de representación artística; el tratamiento de la naturaleza como tema estético, y del arte bajo la perspectiva kantiana (el Genie, lo innato, la libertad, la candidez, lo complaciente).

 

Un placer estético son también las ilustraciones de esta edición, a la que sin embargo hay que objetar una errata esencial que urge corregir: la supresión (involuntaria) al final de la línea que da cuenta de la última lectura de Werther antes de suicidarse: Emilia Galotti, de Lessing. El dato es y ha sido para los críticos objeto de encarnizada disputa en la interpretación de esta encomiable novela.

© Anna Rossell

(Publicado en Quimera. Revista de Literatura, mayo, 2016, p. 58)

 

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