Nuevo artículo-reseña de Anna Rossell en "Quimera. Revista de Literatura"
Nuevo artículo-reseña de Anna Rossell en «Quimera. Revista de Literatura» Anna Rossell, «Octubre de 1923 en la URSS. Una epopeya asombrosa. Guzel Yájina, 'Tren a Samarcanda'», en «Quimera. Revista de Literatura», núm. 494, febrero 2015: http://www.annarossell.com/blog/nuevo-articulo-resena-anna-rossell-quime...
OCTUBRE DE 1923 EN LA URSS:
UNA EPOPEIA ASOMBROSA
Guzel Yájina
Tren a Samarcanda
Traducción de Jorge Ferrer
Acantilado, 2024, 591 págs.
por Anna Rossell
Octubre de 1923: un convoy sale de Kazán (URSS) con destino a Samarcanda. Recorrerá cuatro mil verstas con quinientos niños y niñas de entre dos y doce años. Recogidos entre los más necesitados de albergues y orfanatos, deben llegar a tierras del sur, más amables, y ser acogidos en lo que será su nuevo hogar.
Toda una epopeya, y cumple decir que muy lograda. La fuerza narrativa de Guzel Yájina (*Kazán, 1977) consigue atrapar tanto que las casi seiscientas páginas de su novela se leen de tirón. Sin duda algo tiene que ver su traductor, que traslada el relato heroico al español con una naturalidad insólita. La prosa fluye sin tregua.
La pluma de Yájina se nutre de la Historia, la extrema hambruna que devastó la URSS en los años veinte del siglo pasado con la colectivización, que se tradujo en millones de desplazados y muertos y en el abandono masivo de niños. La extrema situación comportó decisiones de un dramatismo indescriptible que la autora transmite en toda su crudeza. Escenas dantescas se suceden con implacable realismo, pero el libro se lee con gusto. Yájina logra una convivencia pasmosa entre el espanto y la excelsa ternura, la impiedad impuesta y la humanidad rayana en lirismo en el mejor sentido. Construye sus personajes magistralmente, así como las relaciones que van forjándose entre ellos: los quinientos niños, todos bautizados con apodos, seguirán siendo siempre niños a pesar del endurecimiento y las malas artes a las que se han visto abocados. Déyev, el joven jefe del convoy curtido en la Guerra Civil, dispuesto a contradecir órdenes si lo dicta el corazón; Bélaya, comisaria de la infancia, estricta e inflexible, responsable del bienestar infantil; Shapiro, benévola directora del albergue en Kazán; el afable viejo enfermero Bug; el cocinero Memelia; Fátima una joven de enigmático pasado cuidadora de un bebé y de los más pequeños en la enfermería; la nodriza; un reducido grupo de mujeres variopintas que se ocupan de la limpieza y del aseo de los niños; Davidova, directora del albergue en Samarcanda, de talante severo, pero flexible. Éste es el equipo al que acompañamos en el viaje, que durará semanas sometido a riesgos, a la pérdida y al duelo de las sucesivas muertes de los ya enfermos que van menguando el transporte y sucumbiendo a enfermedades contagiosas. Las calamidades y frecuentes disensiones entre Déyev y Bélaya, se compensan intencionadamente por las grandes dosis de humanitarismo y extrema sensibilidad de cada uno de los integrantes del convoy. Picaresca, juegos infantiles o ingenua malicia entre los pequeños se alternan con intransigentes enfrentamientos entre los dos máximos responsables del transporte y con diversos momentos de extrema necesidad por el alimento, el agua o el combustible agotados. En algunas ocasiones las escenas rayan en lo inverosímil por el insólito final positivo del desenlace y añaden intensas dosis de suspense a la lectura.
Guzel Yájina da a conocer bien a sus personajes; son carne, hueso y alma, aun cuando alguno quede en la neblina de un pasado incógnito, pero fácil de intuir. Si los caracteres principales se presentan ya perfilados al principio desde el momento presente del que parte la acción, la autora usa la retrospectiva para desplegar, con el foco puesto ora en uno, ora en otro, las vivencias que han esculpido su idiosincrasia. Un capítulo adquiere especial significado: Solo, relato de la espeluznante odisea de Calenturas, uno de los niños, cuya existencia se desgrana como ejemplo de otras tantas.
Se alterna la voz omnisciente con el diálogo y el monólogo interior, en ocasiones, alucinatorio. Y no hace falta saber ruso para percibir el respeto que Yájina siente por la lengua, que presenta como refugio psicológico redentor de los niños.
La novela, basada en hechos históricos, se remite a lecturas y consultas de los que su autora informa en la nota final. También algunos nombres de responsables de la administración soviética de la época son auténticos. Así recorremos sin maniqueísmo los años que sucedieron a la revolución bolchevique a lo largo de un extensísimo territorio poblado de gentes de muy diversas culturas. La primera novela de Yájina, Zuleijá abre los ojos, se publicó en Acantilado en 2019.
© Anna Rossell