LA PERVERSA VERDAD DE LOS ESTEREOTIPOS

Se dice que no hay que fiarse de los estereotipos, que son fruto de los prejuicios y nada tienen que ver con la realidad. Eso es lo que decimos para no ser tachados de xenófobos. Sin embargo, en el fondo de nuestro corazón nos quedamos con lo que realmente pensamos: que algo de verdad vemos en los estereotipos. Y sí, por qué no decirlo. Lo que es, es.

Pero detrás de la verdad que encierran los estereotipos se esconde otra verdad raramente conocida: que la verdad que encierran es una realidad forjada por siglos de discriminación por parte de aquellos cuyos herederos ahora utilizan los estereotipos que sus ancestros crearon. Nada más infame:

"El estereotipo judío difundido por la propaganda antisemita hilvanaba toda una variedad de insultos, que iban de lo abstracto a lo crudamente físico. Los judíos eran cambistas y usureros, vendedores ambulantes, posaderos, zapateros y demás refractarios a cualquier forma de trabajo manual, improductivos y no creativos, demasiado intelectuales, no aptos para el servicio militar, más bajos y débiles que los arios (pero curiosamente propensos a la voracidad sexual), de nariz grande, pecho cónvavo, pies planos, tuberculosos, proclives a la locura, etcétera.
Los estereotipos tienen a menudo una semilla de ingrata verdad. Al haberse visto durante siglos excluidos de la propiedad de la tierra [tuvieron durante siglos prohibido por ley ser propietarios de tierras] y confinados en guetos, era cierto que los judíos no se dedicaban ya a cultivar la tierra ni a pastorear ganado. Las ocupaciones a las que podían aspirar eran por fuerza las del estereotipo. El modo de vida asociado a esas ocupaciones y las condiciones del gueto y del
shtetl en las que las desempeñaban no les habían conducido a desarrollar fuerza y vigor físicos, por lo que los racistas del siglo XIX podían respaldar las teorías sobre su inferioridad racial con una plétora de estudios que medían características como la altura, el peso, el perímetro torácico, la fuerza muscular y la incidencia de la tuberculosis, la sífilis, las afecciones cardiacas y las enfermedades mentales. Estos rasgos, que hacían odioso el estereotipo, fueron precisamente los que el sionismo trató, desde sus mismos inicios, de modificar radicalmente con su insistencia en el ejercicio físico y la creación en Palestina de una sociedad basada en los ideales del kibbutz: el cultivo de la tierra, el trabajo manual y la autodefensa. [...] Los esfuerzos de Kafka por aprender a nadar y remar, practicar las tablas de Müller (un popular método danés de gimnasia que siguió desde 1909) desnudo ante una ventana abierta en cualquier época del año, practicar la jardinería y aprender carpintería eran medios razonables de mejorar su condición física, 'un importante obstáculo para mi progreso', según sus porpias palabras [...]"

[La negrita es mía, de Anna Rossell]

(En: Louis Begley, El mundo formidable de Franz Kafka. Ensayo biográfico, trad. Ignacio Villaro, ed. Alba, Barcelona, 2009, pp. 84-85)

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