Helga Schneider, No hay cielo sobre Berlín
La memoria rescatada
Helga Schneider,
No hay cielo sobre Berlín
Traducción de Nieves López Burrell,
Salamandra, Barcelona, 2005, 251 pp.
Anna Rossell
Algo dolorosamente lacerante se remueve en nuestro interior cuando evocamos recuerdos del pasado que hubiéramos preferido sepultar en el olvido para siempre. Tanto más si se trata de vivencias traumáticas de dimensiones inabarcables, de experiencias personales que bordean el abismo y provocan vértigo, experiencias indescriptibles en el más puro sentido literal, porque ningún lenguaje es capaz de reflejar ni la más pálida sombra de lo que fueron. Paradójicamente, las limitaciones del lenguaje para describir lo espantoso no restan nada de su poderosa fuerza evocadora a quien se enfrenta al intento de reproducir con palabras la experiencia personal del horror. Entonces la escritura deviene un viaje de regreso a aquel horror, escribir después de Auschwitz se convierte en escribir desde Auschwitz, desde la misma fuente del mal. Esto explica la enorme dificultad de abordar una tarea como ésta, explica los largos años de silencio que se imponen a las víctimas de las torturas, del terror, de los genocidios, de las muertes y de las bombas, explica el título de uno de los libros autobiográficos de Jorge Semprún, La escritura o la vida, donde los términos de la disyunción se excluyen entre sí.
Sin embargo, se trata de una literatura esencial, necesaria; tanto para aquellos que protagonizaron como víctimas los hechos narrados, como para quienes no los conocieron desde dentro. Aun tratándose de un ejercicio terriblemente doloroso, sobre los primeros actúa como un bálsamo paliativo y liberador al dar forma y expresión a lo innombrable, para los segundos supone un acercamiento a la verdadera comprensión de una parte de la historia de la humanidad que no puede recogerse ni se recogerá nunca en los libros de Historia porque requiere necesariamente de la participación emocional, del testimonio directo y personal, para dar una idea someramente aproximada de lo que fue. Así la escritura, forjada con y desde el mismo sufrimiento de las víctimas, deviene documento indispensable, un valiosísimo legado, la herencia que nos queda de tan preciosa memoria cuando han desaparecido los últimos supervivientes.
El relato autobiográfico de Helga Schneider (Steinberg, actualmente Polonia, 1937) No hay cielo sobre Berlín, su primer libro, publicado originalmente en italiano en 1995 por la editorial Adelphi (Il rogo di Berlino), es uno de esos documentos. Aun con la demora que impone la vacilación ante el temor de reencontrarse con un pasado doloroso, Helga Schneider, al evocar los recuerdos de su infancia, contribuye en la madurez de su vida a enriquecer este legado, sumándose a esa clase de literatura que se resiste a encajar en ninguno de los géneros clásicos y que podríamos llamar literatura del trauma. Su relato viene a añadirse, como complemento, a la literatura del exterminio, que ha tenido en escritores como Jorge Semprún, Jean Améry, Imre Kértesz, Primo Levi, Peter Weiss, Paul Celan, Anne Frank –testimonios directos de aquel horror- o Winfried Georg Sebald –representante de la generación siguiente, a la que el trauma golpea aún con implacable contundencia-, entre otros, sus exponentes más destacados, y me refiero únicamente a la que hace referencia al genocidio nazi y a la guerra desencadenada por el nacionalsocialismo, la Segunda Guerra Mundial.
No hay cielo sobre Berlín es el relato autobiográfico de una niña, víctima de la ideología nazi por partida doble: marcada profundamente por el vacío del padre ausente, que lucha en el frente ruso, la pequeña Helga sufre además, a la edad de cuatro años, el abandono de la madre, que se siente llamada a servir a los “altos ideales de la patria”, ingresando como voluntaria en las SS. Ella y su hermano Peter, de pocos meses, se encuentran de la noche a la mañana en casa de su tía de la que pronto saldrán para irse a vivir a Polonia con su abuela paterna. El calor y la estabilidad emocional que les proporciona el cariño de este hogar será efímero: el casi inmediato segundo matrimonio del padre los traslada de nuevo a Berlín donde convivirán con la madrastra, con quien Helga sufrirá una relación impuesta y carente de afecto. Corre el año 1942 y los efectos de Estalingrado empiezan a hacerse notar en Alemania. Los recuerdos de la niña registran los acontecimientos en la ciudad de Berlín hasta la entrada del ejército soviético, el día a día cada vez más dramático, el hambre, el frío, la dura vida en el internado para niños difíciles, las muertes masivas, la visión de los cuerpos destrozados, los incesantes bombardeos, los días enteros hacinados en el sótano, las violaciones, el miedo permanente...
El relato, en primera persona, transcurre de modo cronológicamente lineal, desde la memoria y la perspectiva de la niña, que con mirada lúcida y crítica observa y siente, sufre, teme, reflexiona y narra con sencillez unos sucesos que de ningún modo pueden ser calificados de sencillos. La autora desarrolla así un lenguaje claro y directo, escueto y esencial, que cede todo el protagonismo a lo que narra, un lenguaje emotivo, preñado de sentimiento, que sin embargo no hace la más mínima concesión al sentimentalismo. No es de extrañar que el relato de Schneider atrape al lector desde las primeras líneas y hasta el final, ni tampoco que el libro haya sido un éxito editorial en muchos países –en Alemania figuró en la revista Spiegel entre “los más vendidos 2003-2004”-.
Como si de recuperar un tiempo precioso se tratara, la andadura literaria que Helga Schneider inició con Il rogo di Berlino –la autora vive desde hace años en Italia, donde ha encontrado su patria de acogida- se ha visto continuada y completada a un ritmo frenético por otros seis libros que, como el primero, son fruto de su memoria autobiográfica y que dan cuenta de otros momentos igualmente decisivos para su historia personal y para la nuestra colectiva. Desde entonces hasta ahora dos editoriales italianas –Adelphi y Salani- han publicado títulos como Porta di Brandeburgo, Il piccolo Adolf non aveva le ciglia, Lasciami andare, madre; Stelle di cannella, L’usignolo dei Linke, L’albero di Goethe. A esto hay que añadir las ediciones de estas obras que se han hecho especialmente para el trabajo con el tema en las escuelas. En España contamos de momento con dos de sus libros No hay cielo sobre Berlín y Déjame ir, madre, ambos publicados por la editorial Salamandra (el último en el 2002, en versión española de Elena de Grau Aznar y traducción catalana, Deixa’m, mare, de Anna Casassas, por Empúries / Salamandra). Ésta, la historia del segundo (des)encuentro entre la hija y una madre ya ancianan que sigue orgullosa de su pasado y de su contribución personal a la causa sirviendo en los campos de exterminio de Ravensbrück y Auschwitz-Birkenau, invita a ser llevada al teatro. Lina Wertmüller lo ha hecho ya en Italia (Teatro Elíseo di Roma, febrero-abril 2004) con gran éxito de público.
(En: Quimera. Revista de Literatura)