POESÍA ENTRE EL SUEÑO Y LA VIGILIA

  • Portada de "Creo en la noche", de Enrique Clarós

Enrique Clarós, Creo en la noche

Playa de Ákaba, 2014, 92 págs.

Creo en la noche, el primer poemario de Enrique Clarós (Sabadell, 1959), aborda una tarea difícil: explorar la no-vida, el no-tiempo, el vacío. Al poeta no lo mueve la indagación del demiurgo, sino sondear el universo más allá de la vigilia, explorar el reverso de la realidad. Así la voz poética deambula en las fronteras entre la vida y la muerte, la vigilia y el sueño, un territorio a caballo entre ambos, un mundo al que el sujeto poético se acerca a tientas, sirviéndose de lo sensorial y la intuición. Su lenguaje revela un estado visionario. En los poemas de Clarós nos encontramos a menudo en medio de paisajes oníricos, descripciones enumerativas emparentadas con el surrealismo: Llego solo,/a paisajes invisibles,/cansado y pensativo,/sentado junto a un insecto (Sigma). O bien: Veo plumas y otros restos de alas,/una carta de 1974 sin abrir,/[…],/un enjambre de ojos orbitando/en un cielo negro como el rencor.//[…]//Veo neuronas flotantes, párpados invertidos (Objetos in albis). Un surrealismo tan relacionado con la poesía de este género como con lo pictórico. Así al leer creemos en ocasiones estar viendo un cuadro de El Bosco: Un mar ayer crujiente de ternura/hoy arroja peces muertos/al fondo salobre de mi alma,/al forro descosido de tu sonrisa,/que hace días que destiñe,/y a mi corazón deshilachado/encogido en la red de tus brazos/atado a las suturas de tus labios (Oscuridad certera).

Clarós dibuja espacios nebulosos, fantasmagóricos; nada se percibe con nitidez ni es cognoscible, todo es enigmático, neblinoso, inalcanzable, inseguro: Olor a aire magmático,/laberinto de caminos ciegos,/luz que traza entre penumbras/la forma cambiante de las cosas (Cueva de cristal). Así los bordes son quebradizos; la noche, inalcanzable; las siluetas se desdibujan; las sombras, se diluyen; las pupilas se buscan a tientas; una certeza es un espejismo y lo único certero es la oscuridad; una imagen es evanescente; un rostro, difuminado. Y en esta percepción brumosa el yo aparece como incógnita, desdoblado: Acaso seas el muerto de otro,/un segmento perdido/del que no puedes regresar (Muerte circular).

Lo que percibe la voz poética es desolador, un inexorable existir sin trascendencia: entre el pensamiento y el verbo,/[…]/palpita la voluntad/que crea el ser de la nada,/[…], la estructura fractal del destino/que es polvo y vacío (El hacedor). El poema, sintomáticamente titulado Cielo, describe una implacable visión, que recuerda el absoluto desamparo del Woyzeck büchneriano: el cielo se parte/y una monstruosa brecha/nos deja al descubierto,/bajo la inclemencia áspera/de la negrura infinita/expuestos al glacial frío/y a su absoluta soledad,/[…]solo nos queda/la noche astillada/bajo la que yacemos desnudos. No hay ilusión ni esperanza, su credo es contundente: No creo en Dios,/ni creo en la muerte (Eternidad), y el título revela: Creo en la noche. La voz se instala fuera del mundo para observarlo desde el espacio: Hálito durmiente/en la roca/[…]/en el denso vacío,/antiguas palabras/reposando/en un mundo sordo,/de cuando podían/contarse las glaciaciones/sin profetas,/sin cosmogonías (Ultratiempo). La vida es una condena, una búsqueda inútil y kafkiana: El mapa de nuestro destino/contiene todas las rutas,/[…]//en la futilidad de la búsqueda,/miramos hacia arriba/con los ojos en blanco,/la cartografía sin líneas/de nuestro laberinto (Cartografía sin líneas) y aparece como un parpadeo, una ráfaga, un fragmento, un vestigio, una instantánea.

Clarós rastrea la memoria, la huella de la vida en el paisaje, en el tiempo: En la memoria del aire/los ecos lentamente mueren,/[…]//Algo quedará señalado/en el sueño de las piedras,/en el sueño del tiempo (Punto y final), en los objetos: donde permanece latente tu espejismo./Los muebles guardan aquellas noches (Ausencia ingrávida). Y se adentra en la relación entre vivos y muertos: Los muertos se saben propietarios de la vida,/pero los vivos los arrojamos al vacío del pasado,/[…]// Comprendemos algún día/que no somos nada los unos sin los otros (Detrás del muro).

Pero el nihilismo que impregna el poemario no está reñido con la ternura cuando deja entrever luz: Como si un recuerdo,/o su suma,/justificase toda la vida.//Creo/en la eternidad mínima/de repetir […]/una y mil vidas,/de compartir simplemente/la tuya y la mía (Eternidad).

© Anna Rossell

(Publicado en: Quimera. Revista de Literatura, nº 376, marzo, 2015) 

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