REESCRIBIR LA BIBLIA

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Thomas Mann, La Llei,
Trad. de Josep Murgades Barceló,
L’Accent, Girona, 2012, 124 págs.
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por Anna Rossell
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Todo un reto el encargo que asumió Thomas Mann (Lübeck, 1875-Zürich, 1955) en 1942, cuando se le propuso participar en la elaboración de un libro que tendría por título: Diez relatos sobre la guerra de Hitler contra la ley moral. Concebida en 1943, esta novela corta, con la que Mann participó en el proyecto, reescribe el texto bíblico del Pentateuco adaptándolo a las necesidades históricas del momento y dirigiéndolo a un lector universal, con independencia de su credo, incorporando asimismo al agnóstico y al ateo, en unos años en los que el anuncio nietzscheano de la muerte de Dios se veía confirmado por las atrocidades y la guerra nacionalsocialistas. Entendidas éstas como una arremetida frontal contra la ley moral mosaica, el autor aborda la ardua tarea de trabajar literariamente con espíritu pragmático la utilidad de los principios básicos de la convivencia humana a partir de la ley de Moisés. Mann, que había profundizado en la Biblia para la tetralogía José y sus hermanos, comenzada en 1926 y acabada en 1943, utiliza sus conocimientos en un soberano ejercicio de intertextualidad –bíblica y nietzscheana-, en el que elabora su discurso jugando con el original, añadiendo, quitando, matizando o trasponiendo, para -contrariamente a Nietzsche en su Genealogía de la moral- marcar un norte de moralidad ecuménica, reconstruyendo a su manera la génesis de los Diez Mandamientos.
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Para lograr la universalización y actualización del texto, Mann se permite licencias que únicamente le son dadas al escritor de ficción y emplea técnicas de extrañamiento que más tarde aplicaría Brecht en su teatro épico, de modo que el texto resulta al mismo tiempo conocido y sorprendente: el narrador omnisciente de Mann desprovee su relato de lo milagroso difícilmente creíble para el lector ilustrado del siglo XX: no le hace recibir a Moisés su decálogo directamente de Dios, cambia alguna relación de parentesco con respecto al original bíblico, atribuye a causas naturales y climáticas los milagros de la separación de las aguas del Mar Rojo y del maná, ironiza con el personaje de Moisés, añade anécdotas o traslada al contenido del Pentateuco algún mandamiento del Libro de los Proverbios. A la intención universalizadora contribuye también el hecho de que el autor alemán hace inventar a su protagonista un sistema de signos con los cuales, según afirma el narrador, se pueden escribir los Diez Mandamientos en todas las lenguas.
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El relato está concebido como antítesis de la regresión moral a la que había conducido el nacionalsocialismo, que, aplicando la consigna de la pureza de raza y la ley del más fuerte, había infringido la moralidad básica de la tradición judeo-cristiana. El texto está salpicado de claras alusiones al terror y a la guerra nacionalsocialistas, como cuando habla de “la marronosa gentada” (esp. “el pardo gentío”) para evocar a las SS o cuando, en la conclusión, se pronuncia una maldición contra todo aquél que lleve al pueblo a conculcar la moralidad humana, en clara referencia a Hitler, como el propio autor reconoce en una carta a Alexander Moritz Frey del 14 de mayo de 1945. Asimismo, y en calculada contraposición al ensalzamiento nazi del racismo, Mann insiste en la ascendencia mestiza de Moisés y desautoriza la aspiración nacionalsocialista recordando que es precisamente un mestizo quien sienta las bases para una Ley unificadora de las tribus hebreas en un pueblo y transformar el caos en armoniosa convivencia. Distanciándose del utópico pacifismo y fiel en esto al relato bíblico, la novela no elude la relación entre moralidad y violencia, que asume como humanamente inevitable, si bien hace recaer los asuntos bélicos en el personaje del joven Josué, liberando así de este rasgo a Moisés.
En el juicio al negacionista del holocausto Ernst Zündel, al anunciar la sentencia condenatoria, el juez leyó la maldición arriba mencionada, con que Mann termina su relato. Un elogio a la traducción de Josep Murgades, que sabe encontrar –no es tarea fácil- un registro léxico catalán adecuado al que acuña el autor alemán en el original.

© Anna Rossell

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