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  • Miguel de Unamuno

MIGUEL DE UNAMUNO

EN HORAS DE INSOMNIO 
(cuatro sonetos) 

Me voy de aquí , no quiero más oírme; 
de mi voz toda voz suéname a eco, 
y a falta así de confesor, si peco 
se me escapa el poder arrepentirme. 

No hallo fuera de mí en que me afirme 
nada de humano y me resulto hueco; 
si esta cárcel por otra al fin no trueco 
en mi vacío acabaré de hundirme. 

Oh triste soledad, la del engaño 
de creerse en humana compañía 
moviéndose entre espejos, ermitaño. 

He ido muriendo hasta llegar al día 
en que espejo de espejos, soyme extraño 
a mí mismo y descubro no vivía. 

Hecho teatro de mí propio vivo, 
haciendo mi papel; rey del desierto; 
en torno mío yace todo yerto 
y yo, yerto también, su toque esquivo 

En vez de hacer algo que valga, escribo; 
al afirmarlo todo no estoy cierto 
de cosa alguna y no descubro puerto 
en que dé tierra al corazón altivo. 

Me desentraño en lucha con el otro, 
el que me creen, del que me creo potro 
y en esa lucha estriba mi comedía: 

pasan los años sin traerme cura; 
bien veo que es mi vida una locura 
que sólo con la muerte se remedia. 

Dejar un grito, nada más que un grito, 
aquel del corazón cuando lo quema 
metiéndose el solo, pues no hay sistema 
que diga tanto. Dice el infinito 

del engaño, dice cómo el hito 
cayó que nos marcaba la suprema 
jornada de ilusión, dice la extrema 
resignación alo que estaba escrito. 

¿Definiciones? Sí, buenas palabras 
que aunque presumen ser abracadabras 
no nos abren tesoro verdadero: 

no se cura la vida con razones, 
espacio, tiempo, lógica, sayones 
sin compasión de todo cuanto espero. 

La tierra un día cruzará el espacio 
celeste convertida en cementerio 
de civilizaciones; el misterio 
triunfará de la vida, pues reacio 

fue siempre a la razón: Me pone lacio 
el ánimo pensarlo. ¿Acaso es serio 
del mundo así entregarse al loco imperio 
de cuya vanidad nunca me sacio? 

Cruzará, vanidad de vanidades, 
muerta, la soledad de soledades 
sin principio, sin fin y sin objeto; 

mas entretanto, corazón, pelea 
por esa vanidad; tal vez la idea 
logre aplacarte, corazón inquieto.

(Miguel de Unamuno, *Bilbao, 1864 - +Salamanca, 1936)

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